¿Cómo enseñamos los límites?

 

De los límites/prohibición del estilo autoritario a la ausencia de ellos en el estilo permisivo. Esta pudiera ser, a grosso modo, la travesía de la educación en las últimas décadas. Quizás no hay estilos puros y los adultos ahora, como en todo cambio que busca mejora pero que no saben cómo, estamos a caballo entre el exceso de firmeza y cuando esta nos devuelve una imagen terrorífica de nosotros mismos, el exceso de amabilidad.

 

En medio, ese niño desconcertado que se ve abocado al juego del tira y afloja. Hemos sido arbitrarios y recogemos lo que sembramos, manipulación, rebeldía o sometimiento.

 

Para un proceso de aprendizaje más eficaz deberíamos empezar, aunque sea de manera sucinta, aclarando qué pueden ser los límites en educación.

  • Normas y reglas impuestas para que nada falle y tengamos, nosotros, los educadores, todo controlado (el niño es un sujeto que “se puede producir” como socialmente aceptable a base de refuerzos, premios y castigos).
  • Normas y reglas interiorizadas que garanticen la seguridad infantil y que estimulen el autocontrol y la responsabilidad. (El niño como miembro de la sociedad digno de respetarse a sí mismo, digno de ser respetado).
  • Ausencia de normas.

 

En todos los casos el adulto tiene en su mano cuatro pilares que son la base de la construcción personal y que se verán moldeados en un sentido restrictivo o bien potenciados, reconocimiento, poder, habilidad y justicia.

Negados, manipulados o respetados.

Así las las finalidades del comportamiento, la pertenencia y la significación (tengo mi espacio, tengo valía personal), pueden ser optimizados si el poder, las habilidades y la justicia, se tratan con relaciones que pongan en alza el derecho del niño a dignidad y respeto.

En ese supuesto marco de relaciones el niño llegaría a las normas conociendo qué poder tiene, cómo usarlo, cuándo y qué funciona. Sin ejercitación no hay desarrollo de capacidad, puedo aprender, debo aprender haciendo las cosas por mí mismo bajo el paraguas de la disciplina que enseña, que no juzga, ni sentencia, que no humilla, ni avergüenza

 

En educación nunca está todo dicho y menos aún cuando el tema trata de regular comportamientos, de establecer normas. Cada núcleo humano tiene su hoja de ruta. Hay muchos criterios válidos y las estrategias no sirven para todos. Pero también hay hechos irrefutables, del orden de la evidencia, un educador debe estar abierto al valor de la información para que las interacciones con la infancia sean cuando menos respetuosas para todos, también para el niño. Si no se consigue interaccionar con cordialidad para construir normas de comportamiento hay que aprender, el niño lo merece.

Alguna de esas evidencias es que se aprende conviviendo, el niño asume el mundo externo para lograr un mundo interior. En ese proceso de demandas y satisfacción de necesidades el niño va estableciendo un mapa conceptual sobre sí mismo y lo que le rodea, su ámbito de acción ¿qué puedo hacer, cuándo y cómo? Y además “estas señales de conducción de vida” quedan fuertemente establecidas en la primera infancia, no son inamovibles pero sí muy decisivas para el estilo perceptual y conductual de esta persona.

Atendiendo a la responsabilidad que tenemos como educadores decidimos qué queremos enseñar a nuestros hijos o alumnos ¿Y cómo enseñamos los límites?

 

 
Pensad por un momento que enseñar límites fuera considerado “un trabajo con sentido”, que no fuera tan solo esa tarea desagradable que nos enfrenta con los niños, sino oportunidades para mostrar que en el cumplimiento de normas se puede encontrar motivación para respetarse a uno mismo, a los demás, a la situación. Oportunidades para aprender responsabilidad, reflexión, búsqueda de soluciones…
 

Si fuera así, el uso del No para todo, es garantizado que no sería la herramienta que nos lleve a los logros de esas metas. Porque con el no para todo el niño:

  • No tiene manera de encontrar su espacio vital, se niegan sus sentimientos, no hay escucha, no hay acceso a la comunicación. Se ve privado de su necesidad de pertenencia, “no se me tiene en cuenta precisamente cuando no sé cómo actuar o me equivoco”. El mensaje tácito del adulto tal vez fuera “Tú no sabes y por eso tengo que imponerte cómo hacerlo. ¡Lo haces como yo te digo!”
  • No tiene manera de conocer su poder porque no se le permite ejercitarlo. Se ignora la necesidad exploratoria del niño, no se ofrecen alternativas. El niño no podrá saber qué hubiera pasado si decidiera él, si hubiera tenido poder de iniciativa ¡Yo soy el poderoso, tú haces lo que yo mande! (No te engañes, esto se acaba en la adolescencia, cuando el niño se ve liberado de las barreras adultas y empieza a ejercer un poder, el suyo, que nunca tuvo la oportunidad de contrastar con la realidad de sus vivencias. El músculo del poder está sin hacer, se sentirá incapaz o rebelde, sometido o con afán de revancha).
  • No tiene sentido de la justicia porque no pudo experimentar las consecuencias naturales de su actuación. En todo, llegó a conclusiones en espejo, tu valoración, ¿juicio?, no la suya. Si respondo obedeciendo seré estimado, si fallo o no hago lo que me dicen, etiquetado, perderé la cercanía y el afecto del adulto, la comprensión, el apoyo y la orientación. La maraña se va trenzando, niño que no puede saber quién es él, qué poder tiene y que su actuación es evaluada por el estado de ánimo del educador.
  • No tiene sensación de capacidad. En un entorno rígido, inflexible, las ideas propias del niño para afrontar las situaciones no tienen hueco. No podrá conocerse a sí mismo, ni qué cualidades posee, ni qué habilidades debe trabajar, ni cuál le sirve, ni qué funciona. Tan solo puede llegar a la conclusión de que todo deben ordenárselo porque además de pequeño consideran que no puede procesar la información, ni descubrir las soluciones por sí mismo.[/note]
  •  

No soy capaz, no puedo influir en lo que me pasa, no puedo modificar el curso de los acontecimientos… inseguridades, falta de autocontrol, ausencia de responsabilidad interna.

Es seguro que esto no es lo que queremos para nuestros chicos y huyendo de estos resultados caemos en la tentación del todo vale, igual de irrespetuoso para el niño que el autoritarismo porque tampoco hay reconocimiento, tampoco hay ejercitación adecuada del poder, ni de las habilidades personales responsables, no hay asociaciones coherentes entre actuación y consecuencias. Niños desorientados, inseguros y tiránicos ¡Me lo merezco todo sin hacer nada a cambio, sin respeto a mí mismo, ni al entorno, ni a las personas!

Creencias erróneas  en ambos casos de los educadores. Si no lo hago todo por él, si no le dirijo la vida, si no sermoneo, si no le reprocho sus fallos, si no le hago pagar las consecuencias… si se frustra, si se decepciona, nunca será una persona de bien.

Pero hay otras perspectivas, que no le tienen miedo al potencial de aprendizaje del niño, que consideran que nadie mejor que él para investigar cada situación de vida, eso sí, con un acompañante incondicional, el educador. Perspectivas que entienden que el mejor motor de aprendizaje es la motivación y que tan solo cuando los niños están receptivos ponen toda su atención. Perspectivas que entienden que todos nos portamos mejor cuando nos sentimos bien y que para enseñar a ser no es necesario que el niño lo pase mal, sufra o se vea humillado.

Aunque tan solo fuera por esto, porque son las leyes psicobiológicas del aprendizaje, no debemos acometer la empresa de educar sin crear entornos promotores de éxito. Éxito en los procesos, éxito en captar el interés y el esfuerzo de los chicos.

Imagina:

  • Entornos en los que el NO se reserva para lo imprescindible, en los que en lugar de  decir lo que no debe hacer se anime a lo que sí puede hacer. Entornos más claros para la mente infantil, a todos nos cuesta entender la negación y sin embargo mostramos alegría y estímulo cuando la enseñanza es en positivo.
  • Entornos que favorezcan aquello para lo que el niño viene predeterminado, la curiosidad y la investigación. En lugar de resolver por él, de negar su actuación, de componer todo, haz preguntas abiertas, activa su cerebro superior.
  • Entornos en los que se les informa con anticipación, se planifica, se comprueba que comprenden. Los niños sabrían qué se espera de ellos. Ellos, porque son dependientes de nuestros cuidados y aprobación, quieren responder a expectativas, adivinarlas es un reto que no siempre se salda con acierto. Dí lo que quieres y dilo claro.
  • Involucra. Si en definitiva es él quien tiene que aprender por qué restarle participación en su aprendizaje. En lugar de ofrecer propuestas cerradas a la colaboración, “haz esto, hazlo así”, pregunta, conoce su opinión, la reflexión en sí misma ya es muy valiosa.
  • Explica ¿A ti te gusta hacer las cosas sin conocer las razones? Si el niño comprende el valor de las normas estás alejando la posibilidad de transgredirlas. Además sentirá que le consideras capaz.
  • Si quieres respeto piensa que ellos también deben ser respetados. Es un valor que va en ambas direcciones y para que el niño lo aprenda debe vivirlo en sus carnes.
  • Paciencia. Nadie nace con las reglas de comportamiento aprendidas, lograrlo lleva años. Tendrás que trabajar con coherencia y consistencia, repetir con calma y entusiasmo hasta que el niño pueda saber.
  • Todo esto no sirve de nada si no ves al niño, si pierdes de vista su naturaleza, sus características de temperamento, sus necesidades y limitaciones evolutivas. Una norma no puede ser que un niño de dos años sea empático y generoso, no puede, si lo exiges solo os llevará a la frustración. Sin embargo tienes mil oportunidades para hacer juegos colaborativos y de cooperación, sin resultados inmediatos, eficaces a largo plazo.
  • Enseña lo que quieres que aprenda con tu actuación ¿Cómo podrá interiorizar el valor de la no violencia si no lo modelamos? Los niños aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos.
  • Jugar no es solo una actividad para el ocio infantil, es la mejor herramienta de aprendizaje. Crea juegos para llevar a cabo a cabo las tareas desagradables.
  • Creo que es innecesario que lo comente, si las normas no se cumplen no es motivo para regañar o hacer sentir mal,es la oportunidad para seguir acompañando el proceso de aprendizaje con preguntas abiertas, con búsqueda de soluciones… dejando bien claro que actuar no es ser, que la conducta ha podido no ser apropiada pero que nadie, ni nada, cuestiona sus sentimientos, se trabaja la expresión.

Entonces ¿no se puede decir NO a un niño? Sí, se puede y se debe, restringido a lo necesario sin agregar ira, crítica, culpa o difamaciones, sin que haga aflorar sentimientos de temor o humillación.

¿Cuántas veces le dices No a todo a los niños? ¿Podrían cambiarse por un sí puedes? Es más esforzado, exige paciencia, apoyo, afecto, comprensión, firmeza y amabilidad. Es más rentable, es la mejor inversión en educación.

Marisa Moya.

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