Habilidades emocionales. Dos formas de reaccionar ante las caídas sin importancia de los niños.
—¡Auuuuuu! ¡Mamiiiii! ¡Me he caído, me duele mucho la rodilla!
La mamá sale corriendo en dirección a la niña, tirada en el suelo y llorando a moco tendido. Muy asustada le mira la rodilla, y ve un pequeño rasguño del que apenas salen unas gotitas de sangre. Revisa sus codos, su frente… Todo parece estar bien. No ha sido nada importante.
¿No ha sido nada importante?
Reacción 1:
—No ha sido nada cariño. Ale levántate y sigue jugando —le dice la mamá mientras le sacude el vestidito que tiene restos de arena.
—¡Me duele muuuuuuuuucho! —se queja la niña.
—Venga, anda, no seas quejica que no es para tanto. Mira, si es apenas un rasguño. —La niña llora cada vez más y se niega a levantarse del suelo quejándose—. ¡Pero bueno! Si no es nada. No sé porqué te pones así. Sofía no llora de esa forma cuando se cae, no sé porqué tienes que hacerlo tú.
Reacción 2:
—¡Uy! Te has caído ¿Estás bien?
—Me duele mucho mami —dice la niña llorando—. Mira, aquí, en la rodilla.
—Pues sí, veo que te has hecho un rasguño. No es grave pero la verdad es que resquema y es muy incómodo. Recuerdo haberme hecho unos cuantos cuando era pequeña y no es nada agradable —le dice mientras le acaricia el pelo.
La niña se abraza a su madre y sigue llorando.
—¿Puedo hacer algo para que te sientas mejor? Podríamos poner una tirita o quedarnos sentadas un ratito hasta que te sientas mejor.
Analizando la situación:
La caída no ha sido grave y desde el punto de vista de la seguridad física de la niña no ha tenido mayor importancia, pues es un leve rasguño.
Es habitual que cuando un niño se cae, se hace daño o similar vayamos corriendo a comprobar que está bien, que no se ha hecho nada importante, y que respiremos tranquilos cuando vemos que no es nada. Sin embargo, no actuamos igual con los sentimientos del niño.
Tanto en la primera como en la segunda reacción la madre se ocupa de ver que la niña está perfectamente bien, sin embargo en el primer caso la madre la anima a levantarse ya, tratando de convencerla de que no es nada importante, y se exaspera cuando la niña trata de convencerla a ella de lo contrario y se niega a levantarse, con lo que ella la compara con otra niña que no suele, según ella, llorar así cuando se cae. Por lo tanto en este caso la niña ha sido atendida adecuadamente a nivel físico pero sus emociones han sido negadas (no es nada, no seas quejica, Sofía no lo haría).
Y las emociones también son muy importantes.
En la segunda reacción la mamá le pregunta si se encuentra bien (aunque sabe perfectamente que la herida no es nada grave) permitiendo así que la niña exprese lo que le pasa. Su madre valida sus emociones (les da valor), la niña se siente dolorida y los rasguños resqueman; además empatiza con sus sentimientos contándole que a ella misma le pasó varias veces cuando era pequeña (la niña no sentirá que es rara o inadecuada y que a todos nos pasan cosas así). Finalmente le ofrece su ayuda, en este caso con dos opciones que su madre considera válidas. La niña se siente tenida en cuenta. Sus emociones han sido atendidas y escuchadas.
Estamos enseñándole a sentirse bien con sus emociones y por tanto consigo misma.
Y si probáis con esto seguramente os sorprenda que cuando se atienden las emociones de los niños, son ellos los que se levantan y siguen jugando. Y si esto se convierte en una forma constante de reaccionar veréis que cuando el peque se hace daño va corriendo a por un beso o un abrazo y sigue adelante. Sin embargo cuando tratamos de hacerles ver que no es importante, que no ha sido nada, que no tienen porqué llorar, o que otro de sus amigos no es tan “quejica” la protesta suele alargarse y complicarse.
Atender las necesidades físicas de los niños es, por supuesto, sumamente importante.
Y atender las necesidades emocionales de los niños es también sumamente importante.
¿Te animas a comprobarlo?
Ana Isabel Fraga.