La ruleta de la motivación

Hoy me gustaría hablarte de lo que nos empuja o limita a conseguir las cosas y de las palabras que empleamos para transmitirle eso a nuestros hijos.

Porque ellos, al igual que tú, pueden actuar desde dos escenarios: o bien sentirse obligados a conseguir algo “porque así está establecido” o hacerlo desde la propia motivación personal.

Hace unos días pude  presenciar una curiosa estampa navideña mientras guardaba cola en una atracción infantil. Consistía en que seis niños se subían a otros tantos pedestales hinchables con el único propósito de no caer del mismo. Mientras lo intentaban, iba pasando a la altura de sus pies un rodillo gigante con la intención clara y divertida de tirarlos al suelo. Los seis héroes de esa tanda debían saltar, probar una y otra vez diferentes estrategias, mantener el equilibrio y controlar sus nervios en una prueba en donde el griterío y un incipiente ego comenzaban a darse la mano.

De todos los participantes, llamó mi atención el más pequeño de todos, el único que no estaba disfrutando. Un niño de apenas seis años, el cual era incapaz de encontrar la manera correcta de sortear el rodillo que afanosamente se empeñaba en derribarlo y que con temeridad  y angustia  decidía siempre  agarrarse al mismo, impidiendo su curso natural y por tanto parando el juego.

Visto desde fuera resultaba tierno, cómico y como espectador se te ocurrían mil formas diferentes de que ese niño al menos disfrutara de sus minutos de gloria.

La solución vino por parte de uno de los monitores que después de hacerlo bajar le dijo: “Como vuelvas a fallar, te vas fuera”.

Efectivamente ocurrió. El niño se subió de nuevo a su pedestal y se puso a llorar, mientras miraba con cara de pánico y resignación como se acercaba ese rodillo que ahora sí estaba seguro no lograría esquivar y que “afortunadamente” pondría fin a esta ruleta.

 

Estoy convencido que ese niño hubiera sido capaz de saltar si hubieran dejado a sus padres hablar un minuto con él y transmitirle la confianza que había perdido. Quizá hubiera sido necesario que alguno de ellos se hubiera quedado alguna ronda cerca para que ganara en seguridad, “porque las palabras que escuchamos son las que nos hacen perseguir lo imposible o rendirnos ante lo alcanzable”.

O quizá realmente no era su atracción.  A ese niño a lo mejor  le faltaban los elementos necesarios para terminar con éxito la prueba. Quién sabe.  Pero seguro que tú como lector hubieras encontrado algún remedio para que no hubiera salido entre lágrimas de la pista.

Un poco más tarde ocurrió algo similar en la misma atracción. Una niña no conseguía  nunca quedarse en pie cuando pasaba el rodillo y siempre caía al suelo. Era la única que siempre caía. La que todos los espectadores sabíamos que no iba a ser capaz de quedarse en pie. A unos metros la observaba con lágrimas de risa en su rostro un padre que le animaba a que continuara divirtiéndose, que no parara. El rostro de la niña era feliz. El del padre no se veía, solo se oía.

 

El objetivo no era ganarle al rodillo. Lo importante era que ella y su papi se divirtieran. Y eso ya estaba conseguido.

 

Alex Calvache.

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