Desde hace un mes, mi hija llegaba a casa más o menos de buen humor y en cuanto entraba, se ponía a llorar y se tiraba al suelo.
Todo lo que le pedía era un drama: lavarse las manos, sacudirse las piedrecitas de dentro de las zapatillas de deporte, sentarse a comer…
Entre lagrimas, cada día, me refería varias cosas: que no quería, que estaba cansada, que no le gustaba la comida…Día tras día. Yo pensaba que era el inicio del curso escolar y después que estaba muy cansada pero lo cierto es que no acertaba ni a comprenderlo ni a responder de manera adecuada.
Hace unos días mi hija llegó del cole y se fue directamente a jugar. Yo mientras tanto, puse la mesa y serví la comida y de pronto cuando ella vio su plato en la mesa (eran lentejas y le encantan) se tiró al suelo y se puso a llorar desconsoladamente. Entonces, cogí aire (se estaba convirtiendo en una rutina diaria), me acerqué y la cogí en brazos todo lo amorosamente que pude y sin hablar. Solo la acariciaba. Ella se acomodó, y entre lagrimas balbuceaba que NO LE DEJABA JUGAR. Y se me encendió la bombilla.
Me acordé de mi necesidad de respirar y sentirme libre un rato todos los días.
La seguí acariciando para que se calmara y poco a poco me fue contando que se agobiaba cuando veía su plato servido porque sabía que tenía que sentarse y ella quería jugar un rato. Esta era su lógica privada (concepto que aprendí en disciplina positiva y del que ya os hablé en este artículo). Ella tenía sus motivos para sentirse mal, pero poca madurez (no ha cumplido los cuatro años) para entender su malestar y sobretodo verbalizarlo sin llantos, ni pataletas.
Y le dije que por fin la había entendido.
Le pregunté si ella quería jugar un rato antes de almorzar todos los días y respondió con una sonrisa y un amplio SI. También me preguntó que si su comida se enfriaba si se la volvería a calentar. “Claro preciosa”, respondí.
No sé si os pasado alguna vez, pero yo, cuando llego a casa muy cansada o saturada sería incapaz de ponerme a cenar o de irme a la cama directamente. Mi cabeza necesita desconectar. Dejar de hacer cosas por obligación. Los horribilis “tengo que” cambiarlos por “quiero hacer” y dejar que mi mente se vaya aligerando. ¿Os resulta familiar?
Ayer lo hicimos así por primera vez y fue notable el cambio de comportamiento. En el coche, cuando volvíamos, le recordé que al llegar a casa podría jugar un ratito y cuando quisiera ( supongo que esto es lo más importante porque ella sabrá mejor que nadie cuando se siente más calmada) que se sentase a comer. También le recordé que después tenía ballet y que si yo notaba que se hacía tarde, la avisaría para que le diera tiempo a comer y se mostró conforme.
Lo cierto es que no hizo falta. Estuvo jugando unos quince minutos y después salió de su habitación, miró su plato, dijo “qué rico” y almorzamos.
Sé que no nos han enseñado a tener en cuenta a los niños. Esto yo lo he aprendido por el camino. Pero tiene toda la lógica del mundo. Si los observamos y nos centramos en lo importante sabremos qué necesitan y por lo tanto responderemos con mayor eficacia y satisfacción personal de saber que estamos haciendo lo correcto.
Un abrazo.
Doris Marrero