Comidas difíciles con los niños: cómo afrontarlas

 

Comidas difíciles con los niños: cómo afrontarlas.

—¡Esto no me gusta! ¡Puaggggg! —dice Roberto, de 6 años, ante su plato de lentejas.

La mamá de Roberto ya temblaba un rato antes de servir la comida, y es que esa hora se ha convertido en un suplicio. Ahora que el niño ya ha “sentenciado” a las lentejas como totalmente indeseadas, su madre está muy tensa; se imagina el resto de la escena, y no es nada divertida

¿Cómo afrontamos las comidas difíciles?

Reacción 1:

—A ver Rober —le dice su mamá amablemente—, las lentejas son muy sanas, son necesarias… Mira que hay muchos niños pasando hambre y tú tienes la suerte de tener un buen plato de comida… Y además que sino te vas a quedar enano y los demás niños van a ser más altos que tú. 

—¡Me da igual! —grita enfadado el niño—. ¡Son asquerosas!

—¡Claro que no son asquerosas! —protesta la madre— son muy nutritivas, y te las tienes que comer.

—¡No quiero! Comidas difíciles con los niños: cómo afrontarlas.

—Muy bien, pues si no te las comes no bajamos al parque y te las vas a comer para merendar. Tanto capricho no puede ser. 

—No me las voy a merendar —dice el niño llorando.

—¡Pues entonces te las cenas!

 

Reacción 2:

—Estoy un poco preocupada —dice su mamá sentándose a su lado— ¿podemos hablar de esto un momento?

—¿De qué? —pregunta el niño algo desconcertado.

—Bueno, verás… estoy preocupada porque me parece que no estás comiendo muy bien últimamente y me gustaría que encontrásemos juntos una solución.

—Sí que estoy comiendo bien —protesta Rober.

—Hummmm, ¿que pensarías si Rudolf (su perro) solo comiese dulces?

—Mamá, los dulces no son buenos para los perros, ya lo sabes.

—¿Crees que podría ponerse enfermo?

—Seguramente…

—¿Le quieres mucho verdad?

—Sí, mami, ya lo sabes. Es mi súper amigo —explica Rober con una sonrisa.

—¿Por qué crees que mamá está preocupada por tu alimentación?

Rober se queda pensativo y finalmente contesta:

—Creo que porque me quieres… 

—Es muy importante para mi que estés sano. Te quiero mucho. ¿Crees que podríamos solucionarlo de alguna forma los dos juntos? ¿Se te ocurre algo para que puedas comer cosas sanas?

—Hummmmmm, pues no sé mami. Pero… es que a veces te pones muy pesada y no me gusta. 

— Oh, ¡vaya! No me había dado cuenta de eso… ¿puedes contarme que es exactamente lo que no te gusta?

 

El niño la mira con firmeza.

—No me gusta que me digas todo el rato “¡venga, come!”. Me gusta cuando hablamos de otras cosas. Y no me gusta tampoco que te enfades…

—Pues tienes razón, creo que últimamente no lo he estado haciendo muy bien. ¿Me perdonas? A partir de ahora, si tú me ayudas, podemos hacer las cosas de otra forma. ¿Qué opinas?

—Sí mami, claro que te perdono. Pero no sé qué podemos hacer… es que no me gustan algunas comidas —dice poniendo cara de asco.

—Te propongo una cosa: ¿qué te parece si hacemos juntos un menú para la semana? Podemos pensar entre los dos las comidas y las cenas que haremos. Eso sí, tenemos que buscar que sean saludables. Habrá que poner un poco de todo, pero mira, se me ocurre que quizás podríamos buscar recetas juntos. A lo mejor si lo cocinamos de otra forma puede que te guste.

—Me parece bien mami. ¿Puedo ayudarte a cocinar algún día?

—¡Claro que sí!

 

Y Rober y su madre se sentaron esa misma tarde a debatir sobre los menús. Su mamá le orientaba sobre el tipo de alimentos que debían consumir cada día y le daba opciones.

Encontraron que las lentejas no había modo de que las aceptase (les tenía una manía horrible), pero le encantaban los garbanzos con tomate (y eso también era una legumbre). No soportaba el puré de verduras, pero la sopita hecha con el caldito de las verduras sí que le gustaba, y muchas otras ideas más que hacían que su alimentación fuese mucho más saludable.

Se dieron cuenta de que algunos alimentos los rechazaba solo por los trozos de cosas que “flotaban” y decidieron que podrían triturar algunos para que no se notasen y prescindir de otros,  Además su mamá le propuso probar un alimento nuevo cada semana que si no le gustaba podía dejar a un lado; su madre no le diría nada.

Escribieron el menú en un papel y lo pusieron en la nevera para no olvidarse.

Acordaron también que todos los meses revisarían los menús para añadir algunos de los alimentos nuevos que había probado y le habían gustado. 

Los fines de semana Rober ayudaba a su madre a cocinar algunos platos y se llegó al acuerdo de que ya no le reñirían ni atosigarían a la hora de la comida; que hablarían de cómo les fue el día o de lo que quisieran, y que si no quería comer podía levantarse, aunque la merienda no se adelantaría (pero tampoco tendría que comerse el plato que había dejado sino que sería su merienda normal)

 

Analizando la situación:

A veces, la hora de la comida se convierte en una lucha en muchos hogares. Está claro clarísimo que nuestra intención es que coman para que crezcan sanos y fuertes, porque les queremos muchísimo y queremos lo mejor para ellos. De todo esto no hay duda.

Lo que pasa es que las formas de encarar esta situación a veces no nos dan los resultados que esperamos.

En la situación 1 la madre, desesperada por los constantes problemas a la hora de la comida, pierde los nervios. Trata primero de convencerle haciéndole ver que esa comida es sana y necesaria, después pasa a intentarlo diciéndole la suerte que tiene porque no pasa hambre, y finalmente le amenaza con no ir al parque y con que además se quedará enano. Ante la respuesta negativa del niño la madre utiliza su último recurso: amenazarle con ponérselo para merendar e incluso para cenar. Todos estos recursos, a muchos, no nos sonarán lejanos, pues han sido los elementos empleados en muchísimos hogares.

Pero el problema está en que: Comidas difíciles con los niños: cómo afrontarlas.

  • no son efectivos, porque el niño no quiere comer.
  • la hora de comer se convierte en un momento desagradable.
  • no enseñan habilidades, solo fomentan la lucha de poder.

En la situación 2 la madre actúa de forma muy distinta, en la que hace partícipe al niño de la posible solución al problema implicándolo y haciéndole preguntas para que él mismo llegue a la conclusión de porqué es importante para él que coma sano y  porqué es importante para su madre que coma bien. Está entrenando y aprovechando esta situación (reto) para generar habilidades de vida. Así de pronto se me ocurren todas estas:

  • Inteligencia emocional: la mamá le dice cómo se siente y lo que le gustaría, así que está modelando una forma de comunicación que expresa con sinceridad y respeto, nombrando lo que estamos sintiendo.
  • Enfoque en soluciones: entre ambos buscan cómo mejorar/solucionar lo que está ocurriendo, en vez de centrarse en castigar, culpar o hacer pagar por un comportamiento no deseado.
  • Fortalecimiento del sentimiento de pertenencia e importancia: su madre le explica con respeto lo que siente, le pide ayuda para solucionar la situación, le escucha con interés… El niño se siente tenido en cuenta, siente que forma parte de la familia y de la solución.
  • Capacidad para tomar decisiones: se le pide opinión con respecto a las propuestas, deciden opciones saludables para comer…
  • Respeto mutuo: la madre se respeta a sí misma diciendo cómo se siente, se respeta al niño pues se le habla con paciencia y calma y se cuenta con él para resolver el conflicto. No se le hace pagar al niño por no comerse la comida o porque no le guste algo en concreto, se cambia el comportamiento del “¡venga, come!” por disfrutar de la comida con una conversación interesante para ambos.
  • Entrenamiento en autonomía: el niño ayuda a cocinar.
  • Entrenamiento de algo que le cuesta mucho: probar cosas nuevas (lo harán una vez por semana, y si no lo quiere no se le harán reproches de ningún tipo). Esto abrirá la puerta con un poco de paciencia a que el niño no rechace de plano lo nuevo.
  • Firmeza: tiene la opción de dejar la comida, pero eso no significa que pueda merendar media hora después, sino que deberá esperar a la hora de siempre.

Mensaje enviado al niño:

“Es importante que comas bien porque eso te hará estar fuerte y sano. Es importante para mi que comas bien porque te quiero y quiero que estés fuerte y sano. Eres importante y eres parte de la solución”

Comidas difíciles con los niños: cómo afrontarlas.

Quizás sea importante también hacernos las siguientes preguntas para averiguar si realmente el problema es que el niño come mal o que nosotros estamos preocupados sin mayores motivos:

¿Es posible que tu preocupación sea excesiva?

Si analizas y anotas día a día lo que come, ¿realmente está tan mal?

¿Estás demasiado encima de los niños en este tema?

¿Su peso y altura son adecuados para su edad?

¿El niño está cansado, irritable, tristón… o por el contrario tiene energía y se le ve alegre?

¿Crece adecuadamente?

¿Qué te dice al respecto tu pediatra?

Y es que muchas veces la preocupación es excesiva y nos convertimos en “policías” de la comida, haciendo que a medio plazo se convierta en un problema.

Porque cuando los niños forman parte de la solución y toman decisiones, están mucho más dispuestos a llevarla a cabo ?

Ana Isabel Fraga

www.anaisabelfraga.com

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