Disciplina positiva, en esencia

 

Muchas personas, ante mi entusiasmo con el tema de la disciplina positiva, me preguntan “Julia, ¿qué es eso de la disciplina positiva?¿me lo podrías explicar un poco?”. 

 

En ese momento, las ideas se agolpan en mi cabeza, tratando de expresar e intentar transmitir todo lo que pienso y siento. En ocasiones, tengo la sensación, de que mi respuesta podría ser mucho más trascendente y clara, y que mis explicaciones se quedan cortas ante la magnitud de todo lo que constituye esta manera de entender y enfocar la educación de los hijos y la vida misma 

 

Por estos motivos, me gustaría reflexionar y dejar por escrito los aspectos que, desde mi punto de vista, son importantes. Lo que no puedo olvidar trasmitir a aquellas personas que se interesan. Lo que realmente me llena y me hace confiar en este enfoque vital. 

 

En este texto extraeré, como si de un perfume se tratase, lo esencial. Será Disciplina positiva, en esencia. 

 

La disciplina positiva trata de encontrar un término medio respetuoso que no es ni demasiado punitivo ni demasiado permisivo en la educación de los hijos. No se trata de ejercer un control excesivo (severidad): “tú lo haces porque yo lo digo”. Ni de no establecer límites (permisividad): “puedes hacer lo que te parezca”. La disciplina positiva combina amabilidad y firmeza al mismo tiempo: “puedes decidir qué hacer dentro de unos límites que sean respetuosos con todos”. 

 

La disciplina positiva se basa en relaciones de respeto mutuo para enseñar, educar, preparar, entrenar… y proporcionar habilidades y competencias sociales para la vida. 

 

Un primer aspecto importante de la disciplina positiva es la conexión. Como padres hemos de ayudar a nuestros hijos a crecer con la sensación de que les tenemos en cuenta, de que pertenecen a la familia, de que son queridos incondicionalmente. Cada uno de ellos tiene que saber y sentir que es especial, único e importante. 

 

Por otro lado, los padres tenemos que ser conscientes de que, en numerosos casos, nosotros somos los responsables de muchos problemas de conducta de nuestros hijos. Por ello debemos, en primer lugar, poner el foco en nosotros mismos y aprender a cambiar para mejorar. También debemos permitirnos cometer errores, ser imperfectos, e intentarlo una y otra vez. Tanto nosotros como nuestros hijos, tenemos que saber que los errores son oportunidades para aprender. 

 

A continuación, me gustaría enunciar algunas herramientas básicas de disciplina positiva en forma de consejos, con una breve explicación (que podría ser mucho más amplia): 

 

No hagas nada que tus hijos puedan hacer por sí mismos. 

Cuando hacemos demasiadas cosas que nuestros hijos podrían hacer solos, les privamos de oportunidades para desarrollar, a través de la experiencia, la creencia de que son capaces. Debemos de enseñarles a ser autosuficientes y confiar en sus capacidades: “estoy segura de que eres capaz de hacerlo (o resolverlo) tú solo”. 

 

Busca soluciones, en lugar de culpar a otros. 

Ante un problema, analicemos lo que nos gustaría cambiar, o mejorar, y reflexionemos sobre nuestro papel, en lugar de buscar culpables. Tenemos que aprender a afrontar los problemas con tranquilidad, de uno en uno, centrándonos en las soluciones y buscando la manera de cooperar en vez de imponernos o ceder ante otros. 

 

Se consecuente con lo que decidas. 

Antes de decir algo de lo que podríamos arrepentirnos en el futuro, pensémoslo bien. No debemos decir cosas que no pensamos. Y una vez que hayamos decidido lo que hacer, hemos de llevarlo a cabo de manera consecuente y proactiva. Cumplir lo que decimos reduce la frustración y los conflictos. 

 

No prometas ni aceptes promesas. 

No podemos hacer promesas que no pretendemos cumplir, ni prometer algo si no estamos completamente seguros de poderlo llevar a cabo. Prometer algo y luego no cumplirlo puede resultar muy decepcionante y crear resentimiento. Tampoco es conveniente aceptar que nuestros hijos nos hagan promesas. 

 

Habla menos y actúa más. 

En muchos casos, lo más resolutivo es actuar, en vez de hablar. Gritar, sermonear, reñir, rogar, ordenar, amenazar… no es respetuoso. La acción es una buena herramienta para conseguir atención y obtener resultados. Tratemos de hablar con hechos, no con palabras. 

 

Que las palabras coincidan con las acciones. 

Las personas a veces decimos una cosa y hacemos otra distinta. Debemos evitar estos mensajes contradictorios. Nuestras palabras han de ser coherentes con nuestras acciones. Con ello mostramos respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás. 

 

Establece límites. 

Los límites son como las barandillas de un puente. Debemos establecer límites con los hijos pequeños e implicar a los mayores a la hora de fijarlos. Para ello, lo más adecuado es emplear las consecuencias naturales, las consecuencias lógicas y las rutinas. Las consecuencias naturales suceden sin intervención del adulto (“sin paraguas, me mojo”). Las consecuencias lógicas las tendremos que establecer los adultos con el objetivo de favorecer el aprendizaje útil (han de ser relacionadasrespetuosasrazonables reveladas de antemano). 

 

Crea rutinas. 

Las rutinas son herramientas potentes para establecer límites. Contribuyen a eliminar luchas de poder, permiten anticipar situaciones y facilitan la colaboración. Nuestros hijos obtienen seguridad, confianza y aprenden a responsabilizarse y sentirse capaces. Una vez establecidas, las rutinas mandan. 

 

Ofrece opciones limitadas. 

Siempre que sea apropiado, dejemos a nuestros hijos escoger entre, al menos, dos alternativas aceptables. Aceptable quiere decir que estaremos dispuestos a asumir lo que elijan, por lo que conviene reflexionar en las opciones a ofrecer. Es especialmente positivo cuando añadimos: “tú decides”. 

 

Sustituye el castigo por información y por la oportunidad de aprender de los errores. 

El castigo no tiene cabida en la disciplina positiva. Sus repercusiones suelen ser negativas: resentimiento (“esto es injusto”), revancha (“me las pagarán”), rebelión (“haré lo contrario”) y retraimiento (“no me volverán a pillar” o “soy mala persona”). Hemos de implicarnos en ayudar a nuestros hijos a afrontar determinadas situaciones de manera respetuosa, haciéndoles ver las consecuencias de sus conductas y explicándoles los porqués. 

 

Mejora las habilidades de comunicación. 

Es importante practicar la escucha reflexiva y hacer que nuestros hijos se sientan escuchados y seguros hablando con nosotros. Realizando preguntas de curiosidad (“¿por qué…?”, “¿para qué…?”, “¿cómo…?”…) les ayudaremos razonar y a pensar por sí mismos. También debemos proporcionarles información precisa sobre cualquier tema. 

 

Reconoce las emociones. 

Profundizar en las emociones y validar los sentimientos de nuestros hijos es muy importante. Hemos ayudarles a reconocerlas y ponerlas nombre: “estás (enfadado / triste / avergonzado / asustado / extrañado / arrepentido / decepcionado …) porque…. y te gustaría que…, ¿qué te parece si…?”. Podemos enseñarles honestidad emocional comenzando por nosotros mismos: “Me siento…, porque… y me gustaría que tú…”. 

 

Valora los errores. 

Los errores constituyen oportunidades de aprendizaje. Cometer errores no es tan importante como lo que se hace al respecto. Cuando cometemos un error es importante: reconocerlos, asumiendo la responsabilidad, no la culpa (“¡vaya! he cometido un error”), reconciliarse y pedir disculpas (“lo siento”) y resolver (“pensemos juntos una solución”). 

 

Deja que los niños encuentren las soluciones a los problemas. 

Los niños tienen modos de solucionar las cosas efectivos y eficientes. Los padres solemos subestimar su habilidad para resolver conflictos. Tenemos que darles la oportunidad de solucionar los problemas por sí mismos. En lugar de decirles qué deben hacer, intentemos preguntarles qué hay que hacer e implicarles en la resolución de los problemas. 

 

Motiva, en lugar de elogiar o premiar. 

La motivación es el modo más eficaz de modificar una conducta. Si nuestros hijos están motivados no necesitan portarse mal. Motivar no es elogiar, alabar o premiar. Motivar es: valorar el hecho, reconocer el esfuerzo, estimular el interés, apreciar la actitud, reforzar la conducta, animar el intento, proporcionar aliento… Los elogios y los premios les enseñan a depender de valoraciones externas en lugar de creer en ellos y sus capacidades. 

 

Trata de entender las malas conductas. 

La mayoría de las malas conductas son respuesta ante determinadas situaciones, creencias y objetivos erróneos. Éstos pueden ser: búsqueda de atenciónbúsqueda de poderbúsqueda de venganza y demostración de incapacidad. Analizar y comprender las malas conductas nos ayudará a resolver el problema. 

 

Utiliza el sentido del humor. 

Educar a los hijos puede convertirse en algo demasiado serio. El sentido del humor puede ser una buena manera de afrontar algunas situaciones. Poder ver lo gracioso en algunos momentos y adoptar actitudes cómicas puede resultar muy positivo y recomendable. 

 

Conoce a tus hijos. 

La disciplina positiva invita a descubrir lo que piensan tus hijos. No tienes por qué estar de acuerdo con ellos, pero si sabes lo que piensan, entenderás mejor por qué hacen lo que hacen. Intenta comprender y respetar su punto de vista, sin moldearles ni proyectar tu vida a través de ellos. 

 

No hagas diferencias entre hermanos y evita las etiquetas. 

Si tenemos más de un hijo hemos de poner a todos en el mismo barco y tratarles por igual, para prevenir rivalidades o la dinámica niño bueno/niño malo. Los niños no se deben etiquetar por sus malas conductas. Lo que hacen es distinto de lo que son (hacer algo mal, no significa ser malo). 

 

Confía en tus hijos. 

Nuestros hijos son quienes son y, la mayoría de las veces, actuarán de acuerdo con su edad. Confiar no quiere decir creer que siempre harán lo correcto. Nuestras expectativas han de ser razonables. La confianza va unida a la paciencia para entrenar habilidades y competencias. 

 

Transmite un mensaje de amor. 

Cuando los niños se sienten queridos, tenidos en cuenta e importantes, disponen de las bases para desarrollar todo su potencial para ser miembros de la sociedad felices y valiosos. La manera más fácil para que nuestros hijos se sientan queridos es diciéndoselo (digamos “te quiero”, abracemos, besemos, acariciemos…). También es importante pasar tiempo con ellos, planificar actividades que les gustan y compartir momentos especiales (jugar, ir al parque, cocinar, leer…). 

 

Muchos de estos consejos y estrategias pueden considerarse obvios o de sentido común. En muchos hogares está presente el enfoque de la disciplina positiva sin calificarlo como tal, simplemente se practica de manera natural y evidente, y resulta admirable. Sin embargo, ahora que se ha profundizado en esta corriente, debemos saber y sabemos que la disciplina positiva se puede enseñar y aprender, se puede entrenar y mejorar, gracias al trabajo de muchos profesionales y personas implicados que investigan y divulgan su conocimiento. 

 

Quiero finalizar haciendo referencia a la bibliografía de Jane Nelsen y colaboradores, ya que este texto es un resumen de aspectos recogidos en sus libros. Aspectos que personalmente considero esenciales. También me gustaría hacer referencia a los cursos y talleres de certificación internacional de la PDA (Positive Discipline Association) y de la Asociación de Disciplina Positiva Española (ADPE), especialmente los impartidos por Marisa Moya (con quien obtuve mi primera certificación). 

 

Julia Seisdedos Santos 

Escuela Infantil Arlequín 

 

Bibliografía 

Nelsen, J. (2007). Disciplina positiva. Cómo educar con firmeza y cariño. Barcelona: Ed. Medici. 

Nelsen, J., Lott., L., Glenn, S. (2008). Disciplina positiva de la A a la Z. 1001 soluciones para los problemas cotidianos en la educación con tus hijos. Barcelona: Ed. Medici. 

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