Niños malos, adultos buenos

Hay una actividad de disciplina positiva que utilizamos al inicio de las charlas y en los talleres, que nos permite ver y entender que la educación o mejor dicho las acciones educativas que llevamos a cabo en el presente, son las que van a construir al adulto soñado en que se va a convertir nuestro hijo o hija. Nos sirve de brújula para recordar a donde queremos llegar y qué es lo que realmente queremos para ellos cuando sean adultos. Los padres siempre coincidimos en que nos gustaría que nuestros hijos en el futuro sean autónomos, empáticos, amables, cariñosos, alegres, independientes, colaboradores, seguros de sí mismos y trabajadores. Pero también solemos coincidir que en el presente tenemos hijos que no quieren colaborar, que hay que repetirles mucho las cosas, que son egoístas y solo piensan en ellos, que discuten y se pelean con frecuencia con sus hermanos.

Lo que descubrimos en este ejercicio es que en ambas visiones, la del futuro y la del presente, estamos hablando de la misma persona . Una persona que se encuentra en un punto y debe transitar por un camino que le lleve a otro. Pero no un camino cualquiera, sino uno que le conduzca hacia la meta deseada.

Ahora, párate a pensar cómo se consigue que un niño del presente se convierta en esa persona deseada del futuro. ¿Cuánto tiempo real dedicamos en exclusiva a tratar estos asuntos? Si nos grabasen en video durante un día, podríamos observar que el noventa por ciento del tiempo que pasamos con ellos, estamos con logística pura y dura: hacer cumplir horarios, cubrir necesidades básicas de alimentación, descanso y sueño, hacer de chófer, comprar cosas que les hacen falta, hacer que cumplan con su agenda de obligaciones. Y muy poco tiempo para ocuparnos de las grandes cosas.

Con esta realidad, la disciplina positiva nos trae una buena noticia y no nos mete más presión pidiéndonos que dejemos de hacer estas cosas o añadamos otras a esa interminable lista, sino que nos invita a aprovechar los retos diarios de nuestros hijos. Entendiendo por retos cuando se niegan a hacer algo que les hemos pedido, o se hacen los distraídos, o cuando pasan de ti, o no te tienen en cuenta ni a ti ni a ningún miembro de la casa, cuando no cuidan sus cosas o las pierden y no les dan importancia. Cada uno de esos retos, para la disciplina positiva es una oportunidad de aprendizaje y si sabemos aprovecharlos y mirarlos con otros ojos, podemos transformarlos en momentos llenos de valor educativo. Estos retos solemos vivirlos como algo negativo y no como una parte natural y necesaria en todo proceso de aprendizaje de un niño. Y además, la realidad es que nos suele venir mal que se produzcan, porque se ha hecho tarde, porque no hay tiempo, porque estamos cansados o simplemente porque no sabemos cómo hacerlo de otra manera.

 

¿Cómo podemos entonces transmitir esos valores que nos interesan en esos momentos de tensión?

Te propongo cuatro pasos:

  • No castigues, ni sermonees, ni reproches.
  • No busques culpables.
  • Céntrate en la búsqueda de soluciones. Soluciones que debe proponer y sobretodo elegir tu hijo, acordado contigo.
  • Asegúrate de que se cumple lo acordado. Si ves que no lo hace, pregunta ¿qué habíamos acordado?. Si sigue sin hacerlo, plantéale que busque una nueva solución más realista y que se comprometa esta vez en serio a llevarla a cabo. También puedes acordar que ocurrirá si no cumple con su acuerdo. Algo que también sea propuesto por él pero con tu aceptación y hazlo cumplir.

 

Os pongo un ejemplo:

Hace unos días estaba en una pastelería que tiene en el fondo un espacio de juegos para los niños. Con una cocinita, calderitos, una pizarra, tizas, varias sillas.

Un niño de unos 7 años, entró en la zona de juegos seguido por su madre que le advirtió en un tono muy serio que debía comportarse. La madre se marchó al otro extremo de la cafetería a charlar con unas amigas. Al ratito, el niño comenzó a remarse en un silla de plástico y gritó a su madre para que esta la mirara. Ella salía del cuarto de baño y lo alabó: Qué bien hijo. De repente, las patas de las sillas comienzan a abrirse y antes de caer al suelo, su madre le recrimina en un tono de voz alto, que no haga eso porque va a romperla.

A los cinco minutos, el niño que se ha vuelto a sentar, cae al suelo tras romperse, ahora sí, las patas de la silla. Su hermana sale disparada y se chiva a su madre.

¿Qué esperamos que haga su madre?

Ella enfadada, seria y muy decidida se dirige a su hijo, al que agarra fuertemente del brazo y lo lleva consigo hasta su mesa, donde lo sienta y lo castiga sin jugar un rato. Ella continúa con su charla. A los diez minutos, el niño vuelve corriendo a la sala de juegos disparado.

¿Qué siente el niño? Ira, enfado, tristeza.

¿Qué piensa el niño? Que él es malo y su hermana buena. Que se ha equivocado y debe pagar por ello. Que debe tener cuidado con su hermana que siempre se chiva y desde que pueda se la devuelve..

¿Qué ha aprendido el niño? Que si rompe algo se queda sin jugar.

¿Cómo está la autoestima del niño? Debilitada.

¿Ha aprendido a ser más cuidadoso? o ¿ a asumir su responsabilidad por lo ocurrido? No lo parecía.

Una alternativa a la reacción de la madre, muy condicionada por cierto por encontrarse delante de un montón de padres y madres que estábamos esperando a ver cómo iba a resolver la papeleta, podría ser la siguiente:

  • Le dices a tu hija que a partir de ahora no te apetece que te cuente cuando su hermano se equivoca y que le agradecerías que te contara solo sus cosas. Como excepción, solo podría contarle algo de su hermano si se trata de una situación peligrosa.
  • Te acercas a tu hijo, le preguntas si está bien y le ayudas a levantarse del suelo.
  • Puedes preguntarle qué ha ocurrido y si tiene solución. Permite que el niño lo compruebe. Si no se puede reparar, le comentas que debe hablar con la dueña del local y decirle lo que ha ocurrido. Y además pensar en cómo va a reponerla. Permite que sea el niño quien piense en la solución: le traigo una que tengo en casa, le compro una con mis ahorros, pido prestado el dinero a mi madre y a cambio le ordeno la despensa. Si no salen de él, proponle tú algunas, pero que sea elegida al final por él.
  • Ofrécete a acompañarle a hablar con la dueña del local si él lo prefiere o ves que le da mucho corte.
  • Insiste con la dueña, porque seguramente se negará, que quieres que tu hijo repare el daño porque le estás enseñando a hacerse responsable de sus actos.
  • Por supuesto, tu hijo puede seguir jugando aunque debes asegurarte de que  cumpla lo que se ha comprometido a hacer.

 

Volvemos a plantear las mismas preguntas ahora:

¿Qué siente el niño? Se siente confiado, acompañado en el proceso, útil de poder colaborar en la solución.

¿Qué piensa el niño? Que su madre lo apoya pase lo que pase, que debe solucionar lo que ha roto.

¿Qué ha aprendido el niño? A asumir la responsabilidad de sus actos, enfocarse en soluciones y no juzgarse, respeto por las cosas de los demás.

¿Cómo está la autoestima del niño? Reforzada.

Estoy convencida de que la madre de este niño si supiera hacerlo de otra manera lo hubiese hecho. Pero tú, ya no tienes excusa. ¿Te animas a intentarlo?

Un abrazo,

Doris Marrero.

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