Perdóname hijo

 

Vamos a partir de una base fundamental, los padres somos seres humanos

Y como tal nos equivocamos y seguiremos haciéndolo en todas las facetas de nuestra vida, más o menos veces, pero nos vamos a equivocar. Esto es una premisa de la que es imposible escapar.

Equivocarse está mal visto, esto también es así. La equivocación da pie a críticas, a miradas de soslayo, a sonrisitas más o menos malévolas, o como mínimo a miradas por encima del hombro o gestos de desaprobación.
Equivocarse, según nuestro entorno social, no es aceptable.

Y me diréis, hombre, pues es mejor no equivocarse, es mejor acertar siempre.

Ya, pero eso creo que solo ocurre en los mundos de Yupi, no forma parte de nuestra realidad como seres humanos, pues la equivocación es innata en nuestra naturaleza y es una magnífica forma para aprender. La prueba, ensayo y error ha llevado a nuestra especie a avances verdaderamente impresionantes.
Eso por supuesto cuando se va probando, testando, buscando… Y los errores son totalmente lógicos.
Pero también lo son cuando sabemos qué hacer o cómo hacer las cosas. En la educación, cuando realmente contamos con herramientas que incluso hemos llevado a la práctica en muchas ocasiones, también metemos la pata. Porque no es solo una cuestión de saber qué hacer, es mucho más que eso. Nuestras emociones juegan también un papel fundamental y a veces no hacemos las cosas del mejor modo posible.
Es decir, a veces, nos equivocamos. Y no lo hacemos a propósito, ni para fastidiar o hacer daño, es que es innato y ya está. ¡Punto pelota!, que diría mi hijo pequeño.

Bien, y ahora que hemos metido la pata ¿qué hacemos? Porque lo que nos han enseñado es que como los errores están mal, ya de pequeños, lo mejor que podemos hacer es esconderlos, hacer como que no pasaron, auto convencernos de que teníamos la razón dándonos toda clase de razonamientos… Y lo de pedir disculpas pues hombre, si es al jefe o a un amigo… ¡quizás! pero a un hijo no, porque según nos han contado eso nos hace perder autoridad ante ellos. ¿Cómo vamos a reconocer que hemos metido la pata? Eso sería tanto como claudicar.

En fin, estos son los razonamientos por los que suele abogarse.
Sin embargo quiero aportaros otra visión de las cosas.

Los errores son inevitables, hemos quedado en eso. También hemos llegado a la conclusión de que los errores suelen avergonzarnos y es que cometerlos es un poco de los que no saben, de los que no pueden, de los que…

Pero los errores son en realidad oportunidades para aprender e incluso oportunidades de acercamiento con tus hijos.

Sí, como lo lees, de acercamiento.
Porque cuando metes la pata y te acercas a tu hijo, ya calmado, a decirle “lo siento, hijo”, tu pequeño o pequeña sienten que pueden confiar en ti, que eres humano, que también cometes errores y que no pasa nada por cometerlos. Que siempre hay una oportunidad para mejorar.

Yo, por supuesto, también meto la patona. Y cuando eso ocurre pido disculpas, que no sé si te resta autoridad porque la autoridad me importa un pimiento.

Lo que sí puedo deciros es que no resta un ápice de respeto, sino que lo suma (o incluso lo multiplica). Que produce un acercamiento brutal de corazones y unas ganas tremendas de volver a intentarlo y de hacerlo mejor, con la ayuda de tu hij@.

Y observas, con los ojos como platos, la facilidad para perdonar y dar otra oportunidad que tienen los niños, que lo que más valoran es tenerte cerca, pero no al lado literalmente (que también), sino corazón con corazón.

Quiero compartir con vosotros lo que les suelo decir a mis hijos una vez que he pedido disculpas.

Creo que podría haberlo hecho mejor. Sé que meteré la pata más veces, igual que vosotros, porque eso es normal, pero quiero que sepáis que siempre podremos pedirnos disculpas, abrazarnos, perdonarnos y buscar juntos las soluciones para hacerlo cada vez mejor.

Resumiendo:

Los errores son inevitables. Tomémoslos como oportunidades de aprender y no temamos pedir disculpas.

Ana Isabel Fraga Sánchez
Coach y educadora de padres y en el aula en Disciplina Positiva

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